11/1/09

Jean Vanier

Jean Vanier nació en Ginebra (Suiza) el 10 de septiembre de 1928. Vivió su infancia entre Inglaterra, Canadá y Francia. A los 13 años sintió la llamada de la carrera militar, e ingresó en el Colegio de la Marina Real de Darmouth, sirviendo como Oficial de la Marina Británica en la fragata de guerra Vanguard. Más tarde fue destinado en el portaaviones de la Marina Canadiense Magnificent. En total permaneció 9 años en la Marina de Guerra. En 1950 abandonó voluntariamente su prometedora carrera militar, para dedicarse, durante 10 años, al estudio de la Filosofía y la Teología. Ingresó en una Comunidad Cristiana de laicos, situada cerca de París y denominada El Agua Viva, dirigida por el sacerdote dominico Thomas Philippe. En esta comunidad las personas compartían su vida y su trabajo mientras estudiaban Filosofía y Teología. Jean permaneció 6 años en El Agua Viva, de la que llegó a ser el Director. En esta etapa de su vida alternó el estudio con otras experiencias, incluyendo estancias en La Trappe, en Bellefontaine, en Fátima y en una granja. En 1962 recibió el Doctorado en Filosofía por su Tesis titulada La Felicidad: Principio y fin de la moral Aristotélica; poco después se trasladó como profesor al Colegio Saint Michael de la Universidad de Toronto, en Canadá. En 1963 regresó a Francia para visitar de nuevo a su amigo y Consejero Espiritual, el Padre Thomas Philippe, que en ese momento era capellán de una Residencia que acogía a unos 30 hombres con una deficiencia mental, llamada El Valle Florido. El contacto con estas personas le conmovió profundamente. Tras una trayectoria vital marcada en primer lugar por la autoridad y la eficacia, y posteriormente por la formación y el rigor intelectual, Jean descubrió a través de estas personas una nueva forma de vivir, basada esencialmente en la relación. Animado por el Padre Thomas Philippe, compró en 1964 una vieja casa en ruinas en Trosly-Breuil, un pequeño pueblo de Francia, no lejos de París. La casa fue inaugurada el 5 de agosto de 1964, y bautizada con el nombre de El Arca, como signo de acogida y de la Alianza entre Dios y el hombre. A este hogar invitó a vivir con él a 2 personas con una deficiencia mental, Raphaël Simi y Philippe Seux, provenientes de una Residencia. Con este gesto de acogida nacieron las comunidades de El Arca (l'Arche), movimiento que acoge a personas con una deficiencia mental sin hogar. Hoy en día existen más de 100 comunidades de El Arca en todo el mundo, incluyendo hogares en Australia, Bélgica, Burkina Faso, Canadá, Costa de Marfil, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, Haití, Honduras, India, Irlanda, Italia, Reino Unido, Suiza, etc. En 1971 hizo realidad una idea concebida junto a la francesa Marie-Hélène Matthieu, responsable de la OCH (Oficina Cristiana para las Personas con Deficiencia). Se trataba de celebrar una peregrinación de Pascua a la ciudad de Lourdes, donde los protagonistas fueran personas con una deficiencia mental venidas de todo el mundo, junto con sus familias y sus amigos. Como fruto de esta peregrinación nacieron las Comunidades “Fe y Luz”, movimiento que hoy acoge a más de 1800 comunidades en todo el mundo. En 1981, Jean Vanier decidió dejar en manos de otros su reponsabilidad al frente de la Federación Internacional de Comunidades de El Arca. Actualmente sigue viviendo en uno de los hogares de Trosly, y dedica gran parte de su tiempo a visitar las Comunidades de El Arca y Fe y Luz en todo el mundo, apoyando a sus miembros y celebrando conferencias y retiros. Jean Vanier ha escrito más de 20 libros sobre el hombre, la sociedad y la vida comunitaria, así como sobre aspectos fundamentales del Evangelio y de la vida de las personas con deficiencia mental. En la actualidad, es reconocido mundialmente como un gran conferenciante y un verdadero profeta de nuestro tiempo. Es, ante todo, un hombre de Iglesia, con una activa participación en el Consejo de Laicos, en numerosos Sínodos, y en el Congreso Eucarístico del Año Jubilar del 2000. Fruto de su obra y su carisma, recibió en 1997 el Premio Pablo VI, entregado por el propio Juan Pablo II en un acto en el que destacó la labor de Jean Vanier como “una semilla providencial para una verdadera civilización del amor, un signo de una familia realmente humana, una sociedad completamente civilizada y una Iglesia auténticamente Cristiana”.

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